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Psicologos Frente a una Civilización Enferma

El especulador de Wall Street, el traficante de drogas y el ladrón de gallinas persiguen lo mismo, porque sus valores son esencialmente los mismos: el éxito económico, con o sin el éxito del prójimo, con o sin el imperio del la ley. (El exceso de testosterona provoca mayor placer en la derrota.

Pepe G
Pepe G
21 de August · 647 palabras.
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🕘 Resumen

El artículo se centra en la idea de que los políticos no son los únicos responsables del rumbo que toma la civilización, sino que todos nosotros, como hijos de una cultura y civilización determinadas, también somos responsables. Se critica la idea de los "países emergentes" como Rusia, China e India, que buscan parecerse a Estados Unidos mientras se presentan como algo diferente y celebran el fin del imperialismo americano. Se argumenta que estos países están copiando los defectos ajenos mientras conservan los propios, y que su éxito se mide con los mismos valores impuestos por Estados Unidos. En última instancia, el artículo concluye que la búsqueda del éxito económico es un valor compartido por especuladores de Wall Street, narcotraficantes y delincuentes comunes, y que la diferencia radica en que unos tienen mayor poder para ejercer el peso de la ley. En este sentido, se plantea que la ley solo se aplica cuando conviene a los intereses de los que la ostentan, y que en caso contrario puede surgir la megaestafa que deje a miles o incluso millones de víctimas. En resumen, el artículo plantea la necesidad de cuestionar y cambiar los valores que rigen la sociedad actual para poder construir un mundo más justo y sostenible.
 Hay, sin embargo, un factor central que no depende de los políticos, sean de derecha o de izquierda. Tampoco vamos a pensar que nuestros caminales, sean reos o sean ex presidentes, son los responsables del rumbo de toda una civilización. También ellos son colaboradores, quizás involuntarios, de un sistema que, si no supera el tamaño de sus egos, al menos sí supera el alcance de sus poderes reales.

También son ellos y somos nosotros hijos de una cultura y de una civilización. La civilización del músculo, del proselitismo y de la conquista; la cultura del materialismo y de la más reciente fiebre del consumismo como síntoma de éxito.

¿Por qué se llaman “países emergentes” a Rusia, China e India? Su “éxito” radica en parecerse algo más a Estados Unidos al tiempo de presentarse como “algo distinto”. Con demasiado anticipo celebran el fin del imperialismo americano mientras cada uno de ellos deja la vida por convertirse en nuevos imperios capitalistas. Copian defectos ajenos mientras conservan los propios. El éxito de estos países “tan distintos” se mide y se define en las bolsas de las capitales financieras, en el gasto interno, en el consumo de combustible, en el número de nuevos millonarios, en la construcción de nuevos centros comerciales con sus Halloween, sus barbies rubias de ojos rasgados. El objetivo es el éxito y éste se mide con los mismos valores que ya fueron definidos e impuestos por Estados Unidos.

El especulador de Wall Street, el traficante de drogas y el ladrón de gallinas persiguen lo mismo, porque sus valores son esencialmente los mismos: el éxito económico, con o sin el éxito del prójimo, con o sin el imperio del la ley. (El exceso de testosterona provoca mayor placer en la derrota del rival que en la victoria propia.) La diferencia radica en que unos ejercen el peso de la ley, no porque son buenos sino porque les conviene. Cuando la ley deja de convenirles surgen los Bernard Madoff con sus calculadas megaestafas. ¿Cuántos miles, sino millones de víctimas dejan estos criminales? Sin duda muchas más que un horrible asesino que descarga toda la basura de su subcultura en una pobre víctima individual. Y el horror se ve con la sangre, no con los hambreados del despido ni con los muertos anónimos bajo las bombas de los intereses corporativos.

Quizás los criminales comunes sean la forma en que una sociedad expurga sus propios pecados. Quien roba, asesina, viola, trafica con drogas es un perfecto adaptado social. Adaptado a los valores básicos de nuestras sociedades contemporáneas, fundadas en la competencia, la avaricia y la desesperación por el éxito individual. Unos ejercitamos ese vicio a través del arte, de las ciencias. Otros a través de las intrigas públicas, en caso de un político, o de las intrigas domésticas, en caso de un pobre diablo. Otros son más directos y asaltan, roban y matan. Esos criminales representan los valores más profundos de nuestras sociedades pero carecen del arte y de la educación de los buenos jugadores que triunfan porque respetan las reglas del juego. Sin importar si se trata de un juego de damas o de la ruleta rusa o de Abu Ghraib.

En esta cadena de violencias todas son parte de un mismo mecanismo. Un pequeño engranaje parece girar en sentido opuesto a un engranaje mayor, pero éste se mueve por aquel y aquel para éste.
Nadie puede cambiar por sí solo el rumbo de la civilización. Ella nos crea. Pocos pueden cambiar el destino de millones de personas que sufren o se benefician de sus decisiones. Casi todos podemos hacer algo por cambiar nuestro entorno más inmediato. Todos, sin duda, podemos hacer mucho por cambiarnos a nosotros mismos. El único problema es que casi nunca queremos. Estamos demasiado enamorados de nuestros defectos y preferimos hablar de los defectos ajenos.

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