Katyn, Cuando la Justicia Se Ha Ido

Aquello de que los malos siempre reciben su merecido, es, ante todo, mentira. Lo que si es cierto es que muchas veces, cuando se cometen crímenes atroces dignos de los seres mas despreciables, el mundo acostumbra a mirar para otro lado.

Adán J. Loredo
Adán J. Loredo
20 de April · 922 palabras.
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🕘 Resumen

En agosto de 1939, el líder soviético Mólotov y el alemán Ribbentrop firmaron un pacto de no agresión en Moscú en el que se repartirían a Polonia, que pronto sería invadida y destrozada por Alemania y la Unión Soviética. Stalin y Hitler fueron dos criminales que no se abstuvieron de cometer un genocidio para conseguir lo que querían. El pacto aseguraba que cada lado podía trabajar en una parte de Polonia sin molestar demasiado al otro. Hitler envió sus tropas a Polonia apenas días después del pacto, sin pretexto alguno. Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Alemania por la agresión injustificada a Polonia, pero no hicieron nada más que declararlo. Polonia se batió con valor, pero de poco sirvió, ya que sucedió una invasión también de parte de la Unión Soviética. Dos poderosas naciones estaban destrozando a un pequeño y débil país que nunca había buscado la guerra. Stalin y su revolución genocida tenían admiradores acérrimos por todos lados. Una vez que los polacos se rindieron ante los dos ejércitos, soviéticos y alemanes, comenzó la Segunda Guerra Mundial.
El 23 de agosto de 1939, el soviético Mólotov y el alemán Ribbentrop firmaron en Moscú un pacto de no agresión entre sus respectivas naciones.

Lo celebre de aquel oscuro acuerdo digno de criminales, es porque se estaban repartiendo, como dos fieras a su presa, a Polonia, que pronto seria invadida y destrozada por Alemania y la Unión Soviética. Ambas naciones tenían reclamaciones territoriales sobre el débil y pequeño país.

Y Stalin y Hitler fueron dos criminales que nunca se abstuvieron de cometer un genocidio para conseguir lo que querían.
El pacto aseguraba que sobre las dos partes de Polonia podían trabajar uno de cada lado sin molestar mucho al otro. A eso se le llama crimen organizado. Hitler, que ya se comía las uñas por iniciar la guerra, apenas a unos días del pacto, envío sus tropas contra los polacos. ¿El pretexto? No había. Lo más aterrador del mal es que nunca necesita pretextos para aparecer.

En un acto de justicia que luego resultaría estéril, la Gran Bretaña y Francia le declararon la guerra a Alemania por la agresión injustificada a Polonia. Pero después no hicieron absolutamente nada. Bueno, viéndolo bien, si hicieron algo: el ridículo. Porque atrás de la declaración de guerra debieron ir las divisiones al campo de batalla para luchar hombro con hombro junto a los polacos.

Como lo patriota nada tiene que ver con lo débil de un ejército, Polonia se batió con valor. Aunque de poco sirvió. No paso mucho tiempo para que sucumbiera ante la poderosa Alemania, pero lo peor de todo es que ahí no iba a terminar la cosa. Apenas dos semanas de iniciada la invasión Alemana, la Unión Soviética, por la parte que le tocaba, también invadió a Polonia.

Dos poderosas naciones, ante todo el mundo, estaban destrozando a un pequeño y débil paisa que nunca había buscado la guerra, y la justicia ausente. Peor aún, si en muchas partes del globo sentían simpatía por los nazis, Stalin y su revolución genocida tenían admiradores acérrimos por todos lados. Una vez que los polacos se rindieron ante los dos ejércitos, soviéticos y alemanes comenzaron a “administrar” su parte a su despreciable modo. Hitler envío a Hans Frank como gobernador, un de los criminales de guerra que si se toparía de frente con la justicia en los Juicios de Núremberg en 1946, y con él dio inicio la transformación de Polonia, y ésta se caracterizo de más crueldad que las semanas que duro la guerra. Fue, lo que ya todos conocemos, el exterminio en masa de los judíos polacos.

Si por una parte Hitler borraría de Polonia todo lo que fuera judío, Stalin, que en criminal y loco le echaba la competencia, desaparecería lo que le estorbara para implantar su régimen comunista, de los que tanto le gustaban y gracias a los cuales mato a millones de inocentes. Antes de mostrarle al pueblo polaco que de allí en adelante solo habría miseria, pero que, eso si, como dijo Churchill, seria repartida equitativamente, los soviéticos tenían que quitar del camino a todos los polacos que eventualmente pudieran interferir en sus planes. Desgraciadamente eran 22.000.

En un principio los soviéticos, al parecer, no tenían bien claro lo que iban a hacer con todos los polacos que “estorbaban”, pero pronto se les ocurrió una solución muy de ellos, muy a la soviética: ejecutarlos. Los 22.000 prisioneros polacos fueron conducidos a un bosque apartado para cometer allí el crimen. El bosque se llamaba y sigue llamándose Katyn, y escuchar su nombre todavía hace que se enchine la piel. Allí, en el bosque, los soviéticos ya habían cavado fosas comunes que servirían de tumba a los desdichados polacos. Los prisioneros estaban en las camionetas que habían servido para traspórtalos hasta Katyn. Bajaban de a uno, lo conducían a un lado de la fosa, le ponían una pistola en la nunca…

El aterrador proceso se repitió las 22.000 veces que hizo falta. Después silencio total. Stalin que mato a millones tal vez pronto olvido lo de Katyn, que solo era una pequeña raya más para el tigre. Pero a Hitler pronto se le olvido el dichoso pacto de no agresión e invadió a la Unión Soviética, lo que eventualmente convirtió al genocida en aliado de Churchill y después de Roosevelt. Los alemanes, que descubrieron las fosas comunes al poco tiempo de la invasión, hicieron público el hallazgo para desprestigiar a Stalin, pero de momento el genocidio no le importaba ni a los Estados Unidos ni a la Gran Bretaña, solo se concentraban en derrotar a Alemania, así que la justicia se limito a cerrar los ojos.

Cuando todo el peso de la desgracia se le vino a Hitler encima, Stalin era un héroe, un gran líder que había guiado a su pueblo en la lucha contra los alemanes. Se emborracho con Churchill y con Truman, cometió los crímenes que se le vinieron en gana en la Unión Soviética y en los pueblos sometidos a ésta y, el colmo de la estupidez, se hizo popular con el sobrenombre de el Padrecito de los Pueblos, que iba pegado a la admiración de casi todos los -perdón por el pleonasmo- comunistas estúpidos del mundo.

El genocida murió, tal vez envenenado, años después, y nadie nunca le recordó lo de Katyn. Y es que los hombres buenos de nada sirven cuando se quedan quietos.

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